EL NUMERO KAIFMAN

Oportunista, pero democrático blog, para hablar de esta novela sobre una conspiración ancestral que puede cambiar el destino de la humanidad... al menos según el tagline de la editorial.

martes, enero 09, 2007

DESPUES DEL NUMERO... ¿EL VERBO KAIFMAN? 1.0



LLEVABAN DÍAS diciéndolo por todas partes, que los incendios habían crecido tanto que pronto iba a nevar cenizas sobre la ciudad. Y así fue. Por la mañana todos los techos de la cuadra (y los de todas las otras cuadras de Victoria) despertaron cubiertos de una resbalosa capa de arenilla con olor a pasto quemado. Octubre, el viernes número cuarenta y uno del año más caluroso en las últimas tres décadas: treinta y cinco grados y subiendo era la temperatura promedio. Debería volverme a Santiago, pensó Francisco Buchman al salir de casa y sentir el peso del sol, al menos allá el calor sabía respetar los respiros finales del invierno.
Buchman digitó la clave de seguridad y luego cerró la puerta, tirando de ella hacia fuera para revisar que hubiese quedado bien cerrado. Miró la hora, saludó a un vecino y caminó hasta la esquina a detener un taxi. Si el vehículo no demoraba en aparecer, alcanzaría a tomar el primer tren a Temuco y de rebote a llegar a la primera clase. Tuvo que ponerse los anteojos oscuros para desviar los destellos del sol reflejados en la polvorienta cubierta que se deslizaba sobre las casas y edificios. Al llegar al cruce observó como las colinas cercanas seguían quemándose. En forma mecánica, cada mañana intentaba recordar cuando se habían iniciado los incendios, la fecha exacta aparecía cada vez más lejana. Año y medio atrás, pensó, dos quizás.
El teléfono vibró antes de que apareciera un taxi. Francisco Buchman miró la pantalla del aparato y no reconoció el número. El rastreador le dio un código privado, imposible de localizar. Necesitaba un aparato más nuevo, el que usaba lo hacía demasiado público, demasiado fácil de ubicar.
-Buenos días-, saludó. Tenía por costumbre hacerlo de inmediato, alguien, hace tiempo, le había dicho que de esa forma intimidaba a quien hacía la llamada, lo que era muy bueno cuando se desconocía el número.
La voz de una mujer joven apareció al otro lado de la señal. Hablaba rápido, como si estuviera nerviosa o demasiado apurada. Tal vez las dos cosas, tal vez ninguna de ellas.
-¿Profesor Buchman. Francisco Buchman?-, preguntó.
-Con él, ¿quién habla?
-Mi nombre es Yelena, Yelena Abramowitz. Usted no me conoce…
-Pero me suena de algún lado-, dudó él.
Un taxi desocupado cruzó rápido la esquina. Lo suficiente como para que Francisco no se percatara de su presencia y lo dejara pasar. A lo lejos se escuchó la bocina del primer tren de la mañana. Nueve de cada diez salidas partían con un cuarto de hora de retraso y justo cuando él más necesitaba llegar a la hora, los ferroviarios descubrían el sentido de la puntualidad. Las reglas de la vida y punto seguido. Miró la hora en el teléfono, ya no tenía sentido apurarse. Sus alumnos podrían comenzar sin él, ya eran grandes, en teoría al menos. Yelena Abramowitz, claro que había escuchado ese nombre antes.
-Quizás haya leído algo mío-, siguió ella, más nerviosa que en las primeras líneas del diálogo.
-Perfecto, ya se quien es-, continuó él intento recordar algo preciso para mensionar. No pudo, los años y otras cosas no habían parado de deteriorar su memoria más cercana.
-Entonces evito estirar presentaciones, profesor…-, siguió la mujer.
-Llámeme Francisco-, interrumpió.
-Como usted prefiera. Mire, lo estoy llamando por algo muy puntual, me gustaría que nos juntáramos a hablar de Paul Kaifman,
-¿Perdón?
-Paul Kaifman, usted publicó un libro sobre su caso, era su amigo, yo estoy haciendo un reportaje sobre lo mismo…
-El libro salio hace…
-Da lo mismo cuando haya salido. El caso sigue abierto y si como dice, usted me ha leído, sabe que me fascina escudriñar en este tipo de historias.
-Y qué es lo que quiere de mi.
-Entrevistarlo
Francisco se quedó en silencio, veinte años trabajando tras el otro lado de la mesa y ahora le pedían que fuera él el tema te conversación. No pudo disimular la sonrisa. Paul tenía esa virtud, en los últimos diez años se las había arreglado para regresar de un modo intermitente a su vida.
-¿Y cuando quiere hacerme la entrevista?-, le dijo. -Le propongo que me envié las preguntas por teléfono, después…
-Estoy en Temuco, Francisco, llegué ayer, la idea es conversar en persona. Soy de la escuela de las que gustan mirar a la cara a sus entrevistados, usted sabe, a veces un gesto, una mueca pueden decir cosas muy distintas que la voz. Me preguntaba si hoy tendría alguna hora para conversar. Puedo ir a buscarlo al diario.
-Hoy no voy al diario.
-A la universidad entonces-, la periodista estaba bien informada.
-¿Sabe como llegar?
-No, pero preguntando se llega a Roma
Buchman pensó en el tiempo que había pasado desde la última vez que había escuchado ese dicho, si mal no recordaba había sido dentro de un mal chiste. “Y de dónde crees que vengo”, terminaba el cuento. Era de Condorito.
-Pregunte entonces, señorita Abramowitz-, le indicó. -Y si le va bien la espero a las tres en la Escuela de Periodismo. Pregunte por mi oficina, la secretaria le indicará el camino corto.
-Nos vemos entonces.
-Nos vemos entonces-, repitió él. -Hasta luego.
Buchman esperó a que la señal desapareciera y nuevamente miró a los incendios. El horror, pensó, en el sur se habían acostumbrado a vivir en él. Volvió al teléfono, tocó la pantalla de cristal líquido y desplegó un navegador. En voz baja le dictó el nombre de Yelena Abramowitz. Una lista de treinta reportajes se desplegó en el menú. Todos habían sido escritos y publicados entre Diciembre del año pasado y el último sábado de Febrero. Distintos medios, diarios locales y revistas extranjeras. Bajo el resultado se indicaba que estaban disponibles otros cincuenta enlaces. La mujer decía la verdad, su interés era periodístico.
El Nombre Kaifman; Geometría de un Misterio era el libro que Buchman habñia publicado hacía cuatro años, poco tiempo después de mudarse de Santiago a Victoria, su tierra natal, cerca de Temuco donde aceptó la cátedra de narración periodística en la Universidad de la Frontera y se hizo cargo del nuevo cuerpo de cultura y espectáculos de El Diario Austral. No fue un éxito de ventas, pero algo de ruido hizo. Paul Kaifman, columnista y profesor de derecho había muerto en extrañas circunstancias algunos años antes. Nunca se había confirmado si el cuerpo que fue encontrado flotando en un río cercano a esta misma zona era realmente el suyo, por qué semanas antes su primo había también sido asesinado en circunstancias igual de extrañas. Y también en la zona de Temuco. Francisco había conocido personalmente a Kaifman, trabajaron juntos en la desaparecida revista Paréntesis y por un par de años fue su alumno ayudante en un par de ramos que daba en la Universidad Católica. Buchman siempre le había estado agradecido por el modo en que Paul se las había jugado por él. Muchos habían bromeado acerca de la conexión y la cooperativa Judía, nada más falso, Kaifman se consideraba el mismo un paria a su linaje y para Francisco, lo de Buchman era una mera casualidad genética, nada de fe, nada de plam secreto de gobierno mundial. El Nombre Kaifman había surgido de poco más de un año de investigaciones, Francisco había dado con varios datos curiosos y la tesis que dominaba el final del texto apuntaba a grupos neonazis, dentro de todo lo increíble que parecía sonar, era la explicación más lógica. No Paul, pero si parientes suyos habían estado involucrados en caserías de criminales de guerra ocultos en el sur, la venganza no podía ser descartada. Por supuesto la familia Kaifman no tomó nada de bien el libro, amenazaron con demandas y presiones para sacarlo de librerías. Nada de eso paso y en un par de se,anas ya nadie se acordaba de que había sido publicado, hasta ahora en que una mujer de arrastrada voz lo llamaba para preguntarle al respecto.
Buchman revisó rápido los encabezados desplegados a lo largo de la página. Yelena Abramowitz había firmado para Caras un perfil sobre Rigorberto Sanhueza, el coronel de la Fuerza Aerea que volvió loco hace cinco años y disparó contra unos turistas árabes en Viña del Mar. Para la edición latina de Rolling Stone logró una entrevista con Lincoyan Paillamilla, el fallecido cabecilla del movimiento neomapuche, acusado de iniciar los incendios. Recordó haberlo leído y comentado en clases. Más entrevista, la de rigor a José Pablo Prat al inicio de la campaña. Una investigación a fondo al destripador de las Condes y a los dirigentes del grupo PATRIA, sólo días después de que quemaran a los tres niños bolivianos frente a la Moneda. Una reportaje para El Mercurio sobre las consecuencias políticas del terremoto de Santiago, si el gobierno tenía antecedentes acerca del peligro que encerraba la falla de San Ramón porque no se elaboraron campañas de prevención y si las hubo, quién las detuvo. Y ahora Paul Kaifman, pensó mientras leía el último de los encabezados. Gigantes. La historia oculta del Ovni de Colonia Dignidad, indicaba el titular. El mismo había querido investigar el caso, pensó en proponerlo a la editorial para un segundo libro. No le compraron la idea, las ventas de El Nombre Kaifman no habían sido como esperaban y fue mejor cortar el contrato. Lo más sano para ambas partes. Poco después aceptó la propuesta temuquense y se mudo a la tierra de los incendios, se mentiría se dijera que no sintió nada al saber lo que se proponía la tal Yelena Abramowitz. Siempre es bueno tener el ego bien alimentado.