EL NUMERO KAIFMAN

Oportunista, pero democrático blog, para hablar de esta novela sobre una conspiración ancestral que puede cambiar el destino de la humanidad... al menos según el tagline de la editorial.

viernes, octubre 13, 2006

EL OTRO PAUL KAIFMAN


En la primera version de ENK, Paul no era precisamente un tipo algo obeso, mateo y con su vida personal desintegrada. De hecho tenía harto del modelo Indiana Jones versión profe universitario o Andrés Velasco. Un sujeto maduro, atractivo, relacionado con modelos top. Un sujeto con estilo y mucha onda. Al final, el tipo cool terminó desagradándome, cayéndome mal y eso me obligo a reformularlo. Supongo que los looser siempre me han acomodado más.

Esta es la primera versión del capítulo 1.
Aunque hacía siete años que no la escuchaba, Paul Kaifman reconoció de inmediato la voz al otro lado del celular. Ese sonsonete arrastrado, como aburrido, estirando a propósito las vocales en cada palabra acarreaba demasiados recuerdos, demasiadas vidas, demasiados momentos. Algunos buenos, otros malos, todos permanentes.
-Paul-, dijo nerviosa la voz, sin detenerse en puntos o respiros-, disculpa por llamarte a esta hora, por despertarte, mierda son casi las dos, pero tengo un problema.
No podía ser de otra manera.
-No tenía idea que estabas en Chile-, atinó a contestar Paul, tratando de acostumbrar sus ojos a la oscuridad.
La voz tartamudeó una respuesta corta y volvió a insistir en que estaba en problemas.
-¿Qué sucede?
La voz hizo un resumen superficial de las últimas tres horas de su vida..
-Pásame con alguien, cualquier persona con autoridad….
Paul se sentó apoyando su espalda contra el respaldo de su cama y empezó a sentirse casi tan nervioso como quien le hablaba por teléfono. La espalda morena y pecosa acostada a su lado, giró y encendió la luz de su lado de la cama.
-¿Qué hora es?-, preguntó.
-Un cuarto para las dos.
-¿Y quien te llama a esta hora?
-Espera-, cortó Paul, mientras sentía que alguien trataba de hablarle a través del Nokia. La señal parecía perderse cada dos segundos, así que tuvo que pedir que por favor repitieran la dicho. La mujer estiró sus brazos y se quejó de tener sueño y odiar que la despertaran en medio de la noche. Paul se agachó hasta su lado y le dio un delicado beso sobre el pecho izquierdo.
-Es rico-, dijo ella.
-Duerme.
-Mmhhh-, se quejó y se dio vueltas boca abajo. Paul estuvo un rato fijo en la sinuosa forma de su espalda y en las pecas resbalosas que dibujaban nubes claras desde sus hombros hasta poco más abajo. Le revolvió el pelo con cariño.
-Buenas noches-, cortó una voz ronca y desconocida en el teléfono. Ahora se escuchaba mejor-, buenos días, quiero decir-, acentuó con un tono cada vez más caricaturesco.
-Buenos-, Paul fue más cortante.
-¿Hablo con el señor…-, dudó, -Paul Kaufman?
-Kaifman-, corrigió.
-Correcto. Le habla el suboficial Roberto Inostroza de la Comisaría Los Dominicos.
Paul prendió la lámpara de su lado de la cama.
-Dígame-, aceleró.
-Conoce usted al señor…-, se escucho como si buscara algo, moviera unos papeles… -Al señor-, reiteró, -Samuel Levy…
-Es mi primo, ¿qué sucede con él?
-Su primo, señor Kaufman-, volvió a errar, no era tan inteligente como para hacerlo a propósito-, se encuentra detenido por intento frustrado de robo…
La espalda morena preguntó en un murmullo si pasaba algo malo. Paul respondió que no estaba seguro, pero que tenía que salir un rato, que durmiera tranquila.
-Mmm… estiró la espalda.
-Voy para allá-, dijo Paul al teléfono y cortó la llamada.
SAMUEL LEVY SE ENCONTRO frente a frente con Yasna Abusleme al entrar al departamento de su primo. La chica estaba apretando un aro contra el lóbulo de su oreja izquierda cuando los hombres llegaron a casa. Su cartera estaba sobre la mesa del comedor y una chaqueta negra y larga aparecía cuidadosamente doblada sobre una de las sillas. Había estado fumando, el lugar estaba pasado a cigarrillo.
-Hola-, estiró Samuel.
-Hola-, le respondió la muchacha.
-¿Te vas?-, le preguntó Paul cerrando la puerta tras suyo.
-Es la idea-, contestó ella. –Van a ser las cuatro y pensé que no ibas a volver. Tengo un radiotaxi esperándome abajo.
-Vaya-, dijo el dueño de casa.
-Vaya-, reitero la chica.
-Estuviste fumando.
-Aproveché tu ausencia.
Samuel Levy los miró. A su primo primero, a la muchacha después. La chica tenía linda piel, morena, casi dorada, se veía exótica, muy guapa. Paul siempre había tenido buen gusto, pensó.
-Nos conocemos-, dijo.
-No lo creo-, murmuró ella, girando hacia la mesa para tomar el abrigo negro y ponérselo sobre los hombros.-Aun no nos han presentado-, y miró a Paul.
-Disculpen, soy muy roto-, cortó él. –Samuel, ella es Yas…
-Igriega-, interrumpió ella.
-I-grie-ga-, recalcó exageradamente. -El es mi primo Samuel, creo que ya te había hablado de él.
-No, no me has hablado de él.
-Porque no me extraña-, agregó Samuel y saludó con un beso en la mejilla a la chica. –Igriega, curioso nombre, raro pero me gusta.
-No es mi nombre, pero prefiero que me digan así. ¿Y?-, suspiró. -Te tendremos algunos días por acá.
-Pocos, espero.
-Vaya.
-Vaya.
Paul los miró. Vaya se había convertido en la palabra favorita de toda la escena. Corte, se imprime.
-Estoy seguro que te he visto en otra parte-, insistió Samuel.
-Tal vez, lo que es yo, prometo que es primera vez que te veo-, mentalmente pareció contar hasta diez. -Bueno, caballeros, ya se me ha hecho tarde y tengo un taxi esperando hace como diez minutos. Un gusto conocerte-, se despidió con un rápido beso en la mejilla y fue hacia la puerta. Paul se la abrió y salió con ella al pasillo, caminaron hasta el ascensor.
-¿Qué onda?-, dijo ella.
-Problemas familiares.
-Capto.
El ascensor bajaba del piso dieciocho al seis.
-Nada que no tenga solución.
Igriega cruzó sus brazos sobre los hombros de Paul, le gustaba sentir el aroma y la fuerza de un hombre mayor y lo besó mordiéndolo en los labios.
-¿Vas a acompañarme al cumpleaños de Colin?-, le preguntó tras el beso.
-No me interesa acompañarte al cumpleaños de tu ex.
-Colin no muerde.
-Y que lo haga, no me interesa ir.
Las puertas del ascensor se abrieron en el seis.
-Como quieras-, le dio otro beso-, me llamas mañana o te llamó yo…
-Llámame tu, después de mediodía-, le dijo mientras las puertas del elevador se cerraban y la mujer descendía hacia la calle. Paul giró hacia el pasillo, la puerta del seiscientos cuatro, de su hogar, era la única entreabierta en el largo y angosto pasillo del edificio. De un par de pisos más arriba se escuchaba música y baile, algunas fiestas no acaban nunca, pensó, y volvió al departamento.
-¿Cuál es su verdadero nombre?-, le preguntó su primo apenas lo vio entrar y cerrar la puerta. Estaba sentado en la mesa, bebiendo agua con hielo de un baso largo y lleno hasta el tope.
-Resaca-, le respondió Paul.
-Algo así, ¿cómo se llama, entonces?-, repitió.
-Yasna Abusleme.
-Ufff, ya veo porque prefiere que le digan Igriega…
Paul sonrió, era divertido ver en acción nuevamente el sentido de humor más ácido y rápido de su familia.
-Turca.
-No le he preguntado.
-Se le nota, por la piel, la nariz…. Esta guapísima en todo caso, felicitaciones primo.¿Qué edad tiene? ¿Dieciocho?
-Veintiocho…
-Veo que algunas cosas han cambiado.
LOS CUERPOS DEL diario El Mercurio estaban desordenados sobre la mesa del comedor, junto a una taza con café con leche a medio terminar y un plato con una tostada dura a la cual le faltaba una mordida. Paul Kaifman no se sorprendió que aparte de ello no hubieran más rastros de su primo en todo el departamento. Sabía que iba a ser difícil dejarlo encerrado un par de días, pero confiaba en su buen sentido común. Samuel podía haber hecho de su vida un desorden matemático, pero siempre tuvo tino y a pesar de no demostrarlo, anoche tenía miedo. O mejor dicho, estaba asustado de que algo peor pudiera pasarle.
-Menos mal que seguías con el mismo número de celular….…-, le dijo mientras buscaban el taxi estacionado en la parte trasera de la comisaría.
-No recuerdo cuando te lo di.
-Por mail hace como tres años-, tartamudeó nervioso, -nunca te llamé pero te dejé en la memoria de mi teléfono. Alguna vez podría necesitarte y así fue. Quién iba a pensarlo, me salvaste de la cárcel. Hubiera imaginado que lo harías de cualquier parte menos de la cárcel.
-No iban a mandarte a la cárcel. -No estaría tan seguro… Podría haberlo pasado pésimo. O quizás no tanto. ¿Aún no manejas?
Las once de la mañana. Pensó que iba a dormir hasta el mediodía, pero el sol invernal tenía la mala costumbre de resplandecer fuerte contra las cortinas del departamento. Igriega le había dicho que las cambiara, que buscara alguna tela más gruesa para evitar las molestias de la mañana. Ella misma lo había amenazado de no volver a dormir en su cama hasta que mudara las cortinas. Igriega, la echó de menos, le encantaba despertar con ella, con su olor matutino y ese delicado sudor que se colaba resbaloso bajo sus caderas y pechos. Amaba tirársela por la mañana, le calentaba como Igriega se quejaba al ritmo de gritos cortos, internos, como jugando a una película porno. No era amor, pero se sentía bien con ella y eso era suficiente para pensar en llamarla.
Junto al diario había una hoja en blanco garabateada con letras azules que a ratos se movían en el límite de lo ilegible. Paul tuvo que ir por sus anteojos para comprender que decían las palabras mal escritas de su primo. Le pedía disculpas por lo de anoche, añadía agradecimientos por todo y agregaba que no se preocupara, que no había escapado de Santiago. Que sólo iba al hotel por algunas cosas y quería caminar un poco por la ciudad. Que si lo necesitaba lo llamara a su celular, cuyo número era de las pocas cosas bien escritas en la hoja.
“Hablé con mi amigo, el de la casa a la cual quise entrar. Le di tus datos, dijo que te iba a llamar como a las tres de la tarde. Si no lo hace, avísame para contactarlo yo. Disculpa por no haber ordenado los platos y las ropas de noche, pero odio lavar loza y hacer las camas. Supongo que tienes a alguien que te hace el aseo, ella o él se encargará”
Suponía bien, la señora Irene debía estar por llegar. Recordó que la semana pasada le había prometido hacerle un postre de leche. Leche asada o nevada tal vez. Paul pensó que era un buen día para cobrarle la promesa.
Agarró los cuerpos del diario y revisó los titulares, nada de mucha importancia. Sobre la portada de la guía especial de Salud y Belleza de Almacenes París estaba pegado uno de esos papeles amarillos post-it, escrito también con la desordenada letra de Samuel.
“Sabía que la había visto en otra parte. Felicitaciones primo, tu novia esta pegada en cada parada de bus de Santiago, te acuestas con una fantasía sexual. Bien por los Kaifman”
Quitó el papel amarillo y lo arrugó sobre la mesa, junto al resto del periódico. En la cubierta de la revista, acostada sobre pieles y con un minúsculo conjunto blanco y con encajes, posaba con mirada felina Igriega. Se veía bien, igual que en tantas otras revistas y catálogos. Decían que estaba de moda y que era una de las mejores modelos chilenas, deberían agregar que le gustaba acostarse con anónimos profesores universitarios en lugar de futbolistas y celebridades como habría sido lo natural. Y eso era bueno, muy bueno.
Agarró el celular y marcó el número de su chica de portada, la dueña de esa espalda pecosa que dormía a su lado cuando su desaparecido primo gay volvió a la vida a través de una llamada telefónica desde una comisaría de la policía uniformada de Las Condes.
-Nada, quería ver si almorzábamos juntos… Sales bien en la portada del catálogo, aunque mi favorita es la de la página tres-, le dijo mientras ojeaba la guía.